LIBRO: Un sabio no tiene ideas. AUTOR: François Jullien. ED. : Siruela
Un sabio no tiene ideas, enunciaremos de entrada.
Que "no tiene ideas" significa que se guarda de anteponer una idea respecto a las demás, en detrimento de las demás: no hay idea a la que dé precedencia, que siente como principio, que sirva de fundamento o simplemente de punto de partida desde donde deducir o, por lo menos desarrollar su pensamiento. Principio, arché, a la vez lo que empieza y lo que rige, aquello por lo que el pensamiento puede comenzar. Una vez establecido, el resto sigue. Pero precisamente ahí está la trampa, y el sabio teme esa dirección tomada y la hegemonía que ésta instaura; ya que apenas se establece la idea, ésta hace retroceder a las demás -aunque luego pueda asociárselas- o más bien las ha yugulado de antemano. El sabio teme el poder ordenador de lo primero. Así procurará mantener esas "ideas" en un mismo plano, y en eso consiste la sabiduría: en tenerlas igualmente posibles, igualmente accesibles, sin que ninguna de ellas, al anteponerse, tape otra o le haga sombra; en definitiva, sin que ninguna quede privilegiada.
Que "no tiene ideas" significa que se guarda de anteponer una idea respecto a las demás, en detrimento de las demás: no hay idea a la que dé precedencia, que siente como principio, que sirva de fundamento o simplemente de punto de partida desde donde deducir o, por lo menos desarrollar su pensamiento. Principio, arché, a la vez lo que empieza y lo que rige, aquello por lo que el pensamiento puede comenzar. Una vez establecido, el resto sigue. Pero precisamente ahí está la trampa, y el sabio teme esa dirección tomada y la hegemonía que ésta instaura; ya que apenas se establece la idea, ésta hace retroceder a las demás -aunque luego pueda asociárselas- o más bien las ha yugulado de antemano. El sabio teme el poder ordenador de lo primero. Así procurará mantener esas "ideas" en un mismo plano, y en eso consiste la sabiduría: en tenerlas igualmente posibles, igualmente accesibles, sin que ninguna de ellas, al anteponerse, tape otra o le haga sombra; en definitiva, sin que ninguna quede privilegiada.
Que "no tiene ideas" significa que el sabio no se encuentra en posesión de ninguna, ni prisionero de ninguna. (página 17)
Apenas empezamos a establecer una idea, nos dice la sabiduría, todo lo real (o todo lo pensable) retrocede de golpe; mejor dicho, se queda rezagado, y serán necesarios mucho esfuerzo y mediación para aproximarse de nuevo a ello. Esta primera idea establecida ha roto el fondo de evidencia que nos rodeaba; al apuntar hacia un lado, hacia éste y no hacia otro, nos hace incurrir en la arbitrariedad; al tender a un lado, hemos perdido el otro, y la caída es irremediable: por mucho que construyamos después todas las cadenas de relaciones posibles, nunca saldremos de allí, seguiremos ahondando, hundiéndonos cada vez más, aprisionados en las sinuosidades y vísceras del pensamiento sin volver a la superficie plana, la de la evidencia. Por tanto, si uno desea que el mundo siga ofreciéndosele, debe renunciar a la arbitrariedad de una primera idea, de una idea antepuesta, pues toda primera idea es ya sectaria: ya ha empezado a acaparare y por lo tanto a dejar de lado. El sabio en cambio, no aparta nada, no abandona. Sabe que, al establecer una idea, ya hemos tomado aunque sea sólo temporalmente, cierto partido respecto a la realidad: al ponernos a estirar de un hilo, de éste y no de otro, en la madeja de las coherencias, hemos empezado a plegar el pensamiento en cierto sentido. Por tanto, establecer una idea es perder de entrada aquello que queríamos empezar a esclarecer, por prudente o metódicamente que procedamos, nos hemos condenado a un punto de vista particular, por muchos esfuerzos que hagamos luego por reconquistar la totalidad; ya no dejaremos de depender de ese pliegue que formó la primera idea establecida.
Ahora bien, el establecimiento de una idea es por donde empieza -y sigue sin interrupción- la historia de la filosofía: de esta idea que anteponemos hacemos un principio, y el resto sigue: el pensamiento se organiza en sistema; de este principio hemos hecho el punto destacado de nuestro pensamiento. (página 18)
Frente a la filosofía, la elección de la sabiduría es guardarse de dar precedencia a nada, de establecer nada. Vista desde la sabiduría, la filosofía viene de la parcialidad inicial que consiste en dar prioridad a una idea, idea que luego no dejará de ser revisada, deformada, transformada, no pudiendo entonces la filosofía hacer nada más que corregir un punto de vista particular, puesto que cada filósofo, como es sabido, niega lo que dice el anterior. En definitiva, no podrá hacer nada más que volver a plegar de otra manera el pensamiento, pero sin salir nunca por completo de la parcialidad en que cayó inicialmente, de ese pliegue o más bien de esa rodada de la primera idea establecida. Por eso, por esta falta original y para superarla, ya que no puede borrarla, se verá obligado a seguir avanzando, a pensar de otro modo: de ahí proviene la historia de la filosofía.
La sabiduría en cambio no tiene historia, (prueba de ello es que se puede escribir una historia de la filosofía, pero no una de la sabiduría). Carece de historia, en primer lugar en el sentido en que no se constituye históricamente: al no establecer nada, no da pié a la refutación, no hay en ella materia de debate y, por tanto, no hay polémica ni futuro que esperar. La sabiduría es pues la parte antihistórica del pensamiento, es de todas las épocas, viene de lo más remoto de los tiempos y se encuentra en todas las tradiciones (sabiduría "popular", como se suele decir). La sabiduría tampoco tiene historia en el sentido en que con ella, no sucede nada destacable, nada sobresaliente a lo que pueda agarrarse la palabra, no pasa nada interesante. En efecto, es irremediablemente rasa puesto que según declara, se trata de mantener todo en un mismo plano, y eso es precisamente lo que hace tan difícil hablar de ella.
La sabiduría, más que penetrar el enigma, invita a dilucidar la evidencia, a tomar consciencia de ella. (página 22)
Las cuatro cosas de las que el Maestro estaba exento: carecía de idea (privilegiada), de necesidad (predeterminada), de posición (fija) y de yo (particular). (Lunyu IX,4)
La fórmula debe tomarse al pie de la letra; de lo que estaba exento el Maestro no era de ideas preconcebidas, ni de ideas vanas o sin fundamento como se suele traducir, (para eso no hace falta ser Confucio), sino sencillamente de ideas propias. En el sentido en que se dice que cada cual "tiene sus ideas", o que uno tiene que juzgar o actuar "según su idea": el sabio no tiene ideas porque no privilegia ninguna (y por ende, tampoco excluye ninguna), y aborda el mundo sin proyectar en él una visión preconcebida; en consecuencia, no reduce nada con la intrusión de un punto de vista personal, sino que mantiene abiertas todas las posibilidades. Por tanto, como no supone nada, no se le impone un "es preciso" que predetermine su conducta; no la codifica de antemano ninguna "necesidad", ya sea del orden de las máximas que uno se dicta a sí mismo o de las reglas que decreta la moral. Se ve sobre todo en contraste con alguno de sus discípulos que sí tiene principios y cuya intransigencia Confucio no comparte. Manteniendo una relación con el mundo totalmente abierta, puede amoldarse a todas las diferencias y adaptarse sin trabas a cada caso. Pero tiene uno que poder evolucionar en armonía con el curso de las cosas, sin inmovilizarse en ningún punto de vista particular, por eso a continuación se dice del sabio que carece “de posición” fija. Puesto que lo real está en perpetua transformación, también lo está la conducta del sabio: ni él ni su conducta se "detienen".Igual que se guarda de proyectar de antemano cualquier necesidad, también trata de no aferrarse a posteriori a la posición adoptada, de no pararse en ella y estancarse. Cuando en otro capítulo Confucio declara “detestar la terquedad”, expresa su oposición a dejar que el juicio (y por tanto la conducta) se anquilose. (página 25)
Por último, Confucio carece propiamente "de yo", y no solo de "egocentrismo" o de "Yo", como se ha traducido (una vez más, conviene evitar las interpretaciones morales o psicológicas que mellan la radicalidad del discurso y lo reducen). El sabio, efectivamente, carece de yo porque, dado que no supone nada como idea establecida (1), ni proyecta nada como imperativo que deba respetarse (2), ni se inmoviliza tampoco en una posición determinada (3), no hay nada en consecuencia que pueda particularizar su personalidad (4). No hay yo (por hacerse demasiado estrecho) a partir del momento en que nuestra perspectiva se mantiene completamente abierta y coincide con la totalidad del proceso (cuando se vuelve tan "amplia" como el Cielo {Lunyu VIII,19}).
La “idea” establecida (1) es la que por su exclusividad, da lugar a la proyección de "imperativos" (2), y éstos por la orientación que contribuyen a fijar, nos hacen adoptar cierta "posición" (3), la cual conduce finalmente por la reducción que ejerce, a la formación de nuestro "yo" particular (4). Ahora bien el yo al que llegamos se convierte a su vez en punto de partida de las ideas establecidas (en el sentido en que, normalmente, cada cual tiene las suyas) mencionadas al principio. Efectivamente, de la particularidad propia del yo resulta la parcialidad propia de la idea; el yo se ha dejado reducir a punto de vista, de donde dimana la "parcialización" de la perspectiva y la exigüidad de la visión: al finalizar con el cierre del "yo" el dicho vuelve a su inicio (la emergencia de la idea), y su curva al reunirse los extremos dibuja el círculo vicioso de la individualidad. (página 27)
Otras formulaciones no hacen sino variar este tema: "El hombre de bien es completo [global] y no se inclina hacia lado alguno; el hombre vil, a la inversa" (Lunyu II,14); dicho de otro modo, el hombre de bien no es partidario definido de nada, carece de prejuicios, y el primer mérito es el de la no-parcialidad; mejor que imparcialidad, ya que nuestra noción se limita a la idea de una equidad del juicio entre dos lados opuestos (tanto si lo que está en juego es la justicia como si es la verdad), cuando el contrario chino de la parcialidad consiste en mantener abiertos todos los posibles sin dejar que se reduzcan por ningún lado, es la globalidad efectivamente, es sabio quien, no privilegiando nada, puede abarcarlo todo; y, para ello, lo nivela todo. Eso no significa que no pueda comprometerse, pero nada influye a partir de él en ese compromiso (puesto que "carece de yo"). Esta declaración basta para confirmarlo: "En el mundo, el hombre de bien no se predispone a favor ni en contra, sino que se inclina hacia lo que exige la situación" (Lunyu IV, 10). Se guarda, efectivamente de excluir nada en un sentido o en otro; no hay nada a lo que se adhiera sin más ni que rechace por principio. Vemos así por qué Confucio "no tiene Ideas": no sólo porque una idea es demasiado individual (al provenir de un punto de vista particular), sino también porque una idea es en exceso general: transciende abusivamente la diferencia de los "momentos". Una idea está paradójicamente viciada por los dos lados: a la vez demasiado parcial ("una" idea, "mi" idea) y demasiado abstracta (como "idea"); al mismo tiempo restrictiva (porque privilegia) y extensiva (subsume casos muy diversos). En cambio, al adaptarse a la posibilidad del momento hasta el punto de borrar todo yo personal, Confucio consigue mantener una normatividad, pero sin que sea exclusiva y categórica; y es variando así de un polo a otro, de un extremo a otro, como puede realizar el justo medio continuo de la regulación. (página 28)
1 comentari:
Uuuuaaauu! Ahora entiendo por qué te tomas tu tiempo... y menos mal! No se si podría resistir uno de estos cada día jaja...
Genial, no se que decir..., esto necesito integrarlo... aun siento el eco de ciertas estructuras destrozadas dentro de mi cabeza...
Gracias Bibu!
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